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viernes, 27 de febrero de 2015

LA POLICÍA OCULTA




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Diversos ocultistas, entre ellos especialmente Dion Fortune, se refieren numerosas veces a este  “cuerpo  de seguridad” astral. Esto engloba la multitud de casos en que un estudiante de esoterismo, ante una situación límite o de peligro, recibe la respuesta a sus interrogantes en forma de voces que susurran a su oído la respuesta (“clariaudiencia”), o en forma de figura estilizada, emanando firmeza y tranquilidad, en sueños o durante la meditación. Pero lo que más nos ha llamado la atención, y lo que nos evidencia que no se trata de entes que actúen solitariamente, es que muchas logias ocultistas  con distintos niveles de entrenamiento saben de su existencia o, en planos más avanzados de evolución, entran en contacto periódico con ella para apoyar sus fines que parecen ser los de impedir un avance de la Goética (vulgarmente, “magia negra”) en el mundo, y evitar que entes astrales inferiores sigan perjudicando a los seres humanos.

Pero otra cosa que resulta distintiva es una especie de  “emblema” que parece advertir su aparición. Efectivamente, cuando estamos sumidos en profunda meditación sobre nuestras angustias o problemas, es posible que aparezca como un relámpago la visión de un triángulo equilátero rojo inscripto en un círculo plateado: el símbolo de la Policía  Oculta.  Pero  también  podemos  valernos de  una  técnica  sumamente  útil:  si meditamos  profundamente sobre ese  símbolo  cuando los  problemas nos  agobian, es posible que la Policía Oculta o Policía Astral se haga presente, ya sea en la forma de una respuesta susurrada o bien ocurriendo que los hechos comienzan a concatenarse de las formas más insólitas e inesperadas y los caminos se abren positivamente.

Este tema de la Policía Oculta es realmente fascinante y por cierto dudaríamos de su  realidad  si  no  fuera que  los  testimonios  de  terceros  y  la  experiencia  personal demuestran lo contrario. Es creíble, como afirman algunos autores, que este cuerpo se encuentre estrechamente vinculado a la Hermandad Blanca, y se afirma que la hoy desaparecida  FUDOSI  ( Federación  Universal  de  Órdenes  y  Sociedades  Iniciáticas, institución que desde mediados del siglo pasado a idéntica altura del presente nucleó con proyectos comunes a las más fuertes organizaciones esotéricas de ese entonces) era una corporación que en el mundo visible llevaba a cabo las directivas de la Policía Oculta.

Además de concentrarnos en el símbolo ya mencionado, recomendamos efectuar las sesiones de meditación a la luz de una vela blanca y con el uso de incienso en grano en cantidad tal que nos permita saturar la habitación con su fragancia. Debemos concentrarnos sólo en el símbolo ya descrito, no siendo necesario formular preguntas o elevar ruegos, ya  que nuestras  necesidades,  permanentemente presentes en nuestro inconsciente, teñirán nuestro aura con colores tan particulares, afectando incluso la forma del mismo, que aquélla, a manera de un mensaje simbólico, ha de hablar por sí misma

Algunos síntomas indicativos de que estamos siendo objeto de violencia psíquica de origen sectario (esto es, cuando el origen del ataque reside en las artimañas más o menos mágicas o sencillamente psíquicas de un eventual enemigo) son, por ejemplo, la aparición repetida, en forma de fugaz pero contundente visión, del rostro de alguna persona conocida sobre un fondo negro o rojo, especialmente si tales imágenes fluyen en los momentos previos al sueño o apenas despertamos, es decir, en el estado psicológico conocido como estado hipnagógico y estado hipnopómpico, ambos propios del preconsciente, cuando el natural, espontáneo incremento en la producción de ritmos alfa por nuestro cerebro nos sensibiliza particularmente para este tipo de percepciones. Y, que duda cabe, tal certeza estará particularmente afirmada si tal aparición (sobre todo si tenemos motivos para sospechar de tal persona) se sucede durante varias noches. El rostro de nuestro oponente aparecerá aun cuando hubiera “encargado ” el trabajo a terceros pues, en  última instancia y a los fines esotéricos,  él mismo ha sido el impulso inicial que llevó a la gestación del acto, a los fines de sus consecuencias y, por extensión, a los fines kármicos.

Las larvas astrales suelen dejar huellas físicas de sus ataques en una incipiente taquicardia, gran agotamiento al despertar y pequeñas heridas punzantes y sangrantes que, extrañamente, desaparecen a  los  pocos  días  y  a  veces simplemente  en  horas después de manifestarse.

Los PMT, además de ser en ocasiones nebulosamente observables por personas particularmente sensitivas o incipientes clarividentes, nos señalan característicamente su presencia cuando las personas afectadas se muestran renuentes a dormir, y en ocasiones expresan hasta pánico de hacerlo.

Otros buenos métodos de comprobación en cuanto a la existencia de un ataque, son:  (a)  encendido de  sahumerios, conos defumadores y carbones inciensarios con incienso en grano y mirra (especialmente este último sistema): si se observa una marcada dificultad en la combustión de los mismos (desechándose toda explicación convencional como humedad en los elementos), especialmente en horas astrológicas de Saturno. Por el contrario, si su combustión es excesivamente veloz, o si bien los carbones literalmente estallan (llegando a dispersarse en distintas direcciones) podremos sospechar estar en presencia de un vórtice.

Percibir olores nauseabundos sin razón aparente es otra importante señal, siempre y cuando este olor sea sentido por más de una persona presente; cuando lo percibe una sola, si esto se repite, como el olor de plástico quemado, puede ser indicio de afecciones cerebrales. Estos  olores, muy semejantes a los de carne o flores en descomposición, tienen que repetirse diariamente pero no durar en su manifestación menos de diez minutos ni mucho más de treinta, corridos, para ser tomados en cuenta como indicativos.

También en casos extremos, pueden aparecer extrañas manchas de suciedad (y a veces de barro o por lo menos, algo que se le parece mucho) en pisos, paredes y cielorrasos, quizás algún tipo de exudación ectoplasmática,  pudiendo afectar forma de huellas de animales. En estos casos,  su manifestación es permanente, y  sólo cede a insistentes lavados.

miércoles, 25 de febrero de 2015

LOS ARQUETIPOS PROTECTORES



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Los ejemplos dados hasta aquí nos han permitido ilustrar nuestra convicción de que esos  “otros  planos” de  vibración de  los  cuales  da  abundantes  referencias todo  el Ocultismo,  puede congeniar con  la  moderna teoría  de  los  “universos  paralelos ”.  Ya señalamos que el concepto de “otras dimensiones” adquiere verosimilitud si entendemos que dimensión es una palabra que hace referencia a un concepto de medida (alto, ancho, largo y tiempo, en el Universo físico que conocemos) y que la medida de la frecuencia en que  vibra  atómicamente  una  determinada  materia  también  implica  un  cambio  de “dimensión”. Si un ser, un planeta o un Universo todo vibrara a una frecuencia distinta de la del que conocemos, no sólo no sería perceptible por nuestros sentidos o nuestros aparatos (que sólo  registran  aquello para lo  que  fueron diseñados,  es  decir,  lo  que  para la mentalidad del inventor puede entenderse como Realidad), sino que coexistiría  con el Cosmos que conocemos, interpenetrándolo, sin afectarse mutuamente en absoluto.

Se comprenderá asimismo que es sólo una cuestión de causalidad dimensional (es decir, de circunstancias espacio-temporales) que la irrupción del ente se haga ante nosotros (visualizaciones) o en nosotros (posesiones). Como cualquier estudiante de electrónica sabe, la multiplicación de dos frecuencias de distinta amplitud o longitud de onda genera un tercer tipo de onda producto de las dos primeras (donde la suma de los efectos es igual a la suma de las causas).  En nuestro caso, la superposición de la conducta de la víctima humana con la del ente astral (aunque éste no sea necesariamente agresivo) genera una tercera conducta, at í pica y visible, que es la que nos causa alarma.

Pero no necesariamente todos esos seres son perjudiciales en sus manifestaciones. Existe un buen número de ellos cuyas acciones pueden beneficiarnos, y en el aprovechamiento de los mismos  se basan algunos de nuestros mecanismos  de protección. En este sentido, atiéndase que una vez que se ha descubierto cuál es la naturaleza de la agresión (ya sea por las descripciones de los mismos que hemos dado en la primera parte, como por observación directa o algunos de los métodos de detección que daremos en ésta) es fácil advertir cuál es el área (o las áreas) de nuestra vida (personalidad, actividad social o material, afectiva, etc.) que será inmediatamente susceptible al perjuicio de ese ataque para, a partir de allí, seleccionar el Arquetipo Protector que hemos de invocar en nuestra defensa.

En líneas generales, y para ir entrando en materia, diremos que la identificación es el blanco seleccionado; el arquetipo protector el arma por la que optamos;  los símbolos arquetípicos, la munición elegida y el ritual (mental o material) el propulsante que llevar á el proyectil al blanco.

A nuestro lado, si tomamos las debidas precauciones, habrá siempre un instructor de tiro: algún miembro de la policía oculta o policía astral. Y por si se generaliza un tiroteo entre ambos bandos, debemos llevar puesto un chaleco antibalas: la campana protectora.

Debemos recordar también que si nuestro enemigo es suficientemente hábil puede aprovecharse del  “efecto boomerang”de todas nuestras acciones, hiriéndonos con nuestra propia arma.

Por supuesto, debemos tener muy en claro qué es lo que nosotros vamos a aprovechar como resultado de nuestras “invocaciones”. No se trata, precisamente, de que aquello llamado descienda a nuestro plano o se haga de alguna forma presente; sino que cristalizaremos momentáneamente en nosotros algunos de los elementos que forman parte de ese Arquetipo, correspondencia macrocósmica de un elemento que, ya presente microcósmicamente en nuestro inconsciente, reaccionará por esa misma correspondencia.  Así que repasemos algunos conceptos.

Jung, principal discípulo de Freud y fundador de la corriente psicologista que lleva su  nombre,  afirmaba  que  podemos  dividir  nuestra  esfera  psíquica  (para  su  mejor comprensión) en estratos, reconociendo los siguientes:
En primer lugar, nuestro consciente. Es el yo soy, yo quiero, yo puedo, el aquí y ahora de nuestra volición. Por debajo de él encontramos al inconsciente, que es en realidad el “gigante dormido” de nuestra mente. Entre ellos como una tenue línea divisoria, yace el preconsciente. Jung empleaba en este caso la imagen de un  iceberg donde la “montaña” de  hielo  que divisamos por sobre  el  agua es  el  consciente,  el  monstruo sumergido, el inconsciente, y esa franja ambigua, que por momentos emerge y por momentos se sumerge, el preconsciente.
El preconsciente define a ese estado de somnolencia inmediatamente antes de dormirnos o inmediatamente después de despertarnos. En el preconsciente se produce el fenómeno conocido como “déjà vu”(en francés, “ya visto”) que es cuando, por ejemplo, al llegar a un determinado lugar, entrar en una habitación o vivir una situación específica, creemos o nos parece que lo hemos visto o vivido con anterioridad. Esto, que ha sido un campo fértil para las especulaciones baratas del espiritismo, donde prende fácilmente la suposición de una reencarnación u otras creencias, tiene una sencilla explicación neurológica.

Supongamos que tratamos el caso de, por ejemplo, entrar en una vivienda y tener la sensación de que ya la conocíamos.  Se trata, aquí, de  información que  ingresa visualmente y que luego de recorrer un intrincado camino neurológico, pero que podemos esquematizar como dos conductos de alimentación, llega al cerebro. Para que nuestra consciencia tome consciencia (valga la redundancia) de esa información, ésta debe “inundar ” ambos hemisferios simultáneamente.

Pero puede ocurrir que, disfunción mediante, la información que ingresa por uno de los conductos sufra un “retraso”, verbigracia, debido a una interrupción en las conexiones dendríticas de las neuronas (células  nerviosas por cuyas  prolongaciones –axones–  y filamentos al extremo de los  mismos  –dendritas–  se transmite la información). Así , lo visualizado llegar á antes a un hemisferio que a otro. Entonces,  cuando ingresa en el restante, la mente, al elaborar lo que debería  ser la “toma  de consciencia” (el “darse cuenta”),  descubre que hay información previa en parte del cerebro, y lo elabora como “recuerdo”. Un recuerdo que sólo tendrá una milésima de segundo de antigüedad, pero recuerdo al fin, en lo que respecta a las funciones psíquicas.

Algunos parapsicólogos un tanto desinformados aseguran que estos fenómenos de “déjà vu”  son  premoniciones,  definibles  como  “clarividencia   hacia  el  futuro ” (si  por “clarividencia” definimos el fenómeno mediante el cual accedemos a información o conocimientos  por vías  no directas y/o  sensoriales). Pero la marcada diferencia entre premonición y  “déjà  vu ” es que en el primer caso,  antes del hecho sabemos lo que después va a ocurrir, mientras que en el segundo, después que ocurrió (o mientras lo está haciendo) creemos que lo sabíamos desde antes.

Pero volvamos a nuestra clasificación de estratos psíquicos. Jung demostró que en realidad anidan en nosotros dos inconscientes: por un lado, el personal o individual, que es el que define las particularidades tipológicas (carácter y temperamento) de cada uno de nosotros. Es el que nos hace diferentes, unos de otros. Pero, por otra parte, tenemos un inconsciente colectivo o, mejor aún, una parte de él, que compartimos con toda la humanidad. Como escribiéramos, una gran mente mundial, un gigantesco cerebro conformado por innúmeras células independientes. Cada uno de nosotros somos una de esas células. Esa mente omnipresente está en todos nosotros.

¿Y cómo sabemos de ella?. Sencillo. Todos los seres humanos somos diferentes por acción de nuestros inconscientes individuales. Pero, también, todos tenemos características comunes por nuestro inconsciente colectivo. Es decir, que en todos se repiten determinados procesos o elementos. Ellos son los llamados arquetipos. Estos integran algo así como una célula de identificación de nuestro inconsciente colectivo. Son rótulos de identificación de todos los seres humanos.

Existen numerosos arquetipos, y ya hemos enumerado varios de ellos, que fueron, respectivamente, el  arquetipo  del  Viejo  Sabio,  el  de  la  Gran  Madre,  el  Temor  a  la Oscuridad, el temor a lo Desconocido, el Impulso Sexual, la Necesidad de Poder, la Necesidad Mágica (o Religiosa) y también podemos considerar los mandalas.


“Mandala” es una palabra sánscrita que significa “cí rculo”. Podemos distinguir dos tipos de mandalas: los “materiales” u objetivos, y los “psíquicos” o subjetivos.

Los primeros asumen la forma de un cuadro o relieve, tallado sobre cualquier material y pintado de brillantes colores, que es usado por los meditantes orientales como objeto de concentración. Es generalmente circular, concéntrico, y despierta en el individuo estados alterados de consciencia, tras una prolongada observación acompañada de ejercicios respiratorios adecuados. Su compleja elaboración actúa como un elemento inductor de estados semihipnóticos que responden a... mandalas psí quicos, imágenes oní ricas que se manifiestan como círculos luminosos o llameantes de color verde, celeste  o turquesa, giratorios y  que traducen necesidades inconscientes.  Son  como  un  llamado  de  atención  de  nuestra  psiquis  exigiéndonos equilibrio, equilibrio y  armonía  que se  puede alcanzar a través  de la meditación con mandalas.

Observen que, en las disciplinas de Control Mental Oriental, la  imagen fosfénica productora de estados  “alfa”, es decir, de estados de equilibrio y armonía, es un círculo brillante, verde, celeste o turquesa, brillante, giratoria... o sea, un mandala. Ello hace que sea precisamente la imagen con estas características la que señale el paso a “alfa” y no cualquier otra, un triángulo, una lí nea o un paralelepípedo.

Los escépticos pueden desconfiar de la realidad objetiva de los grandes Arquetipos Protectores, así como sus adaptaciones culturales (arcángeles, ángeles, santos, kosmokratores, etc.), y seguramente explicarán tanto su presencia en el inconsciente individual de  cada  sujeto  así  como  en el  sustrato  cultural  de un pueblo en base  a argumentos psicologistas convencionales. Pero en este terreno, como en el de toda religiosidad, debemos andarnos con cuidado.

El sentimiento religioso tiene una génesis muy particular: Jung, por ejemplo, acepta inicialmente el punto de vista de Freud sobre el origen del sentimiento religioso: las representaciones de la divinidad tienen sus orígenes en la imagen del padre, que dotada de una fuerza extraordinaria influye desde el inicio de la vida psíquica del niño hasta su represión en el inconsciente al sucumbir el complejo de Edipo. Como consecuencia de la pérdida de la figura paterna, las virtudes se desplazan a la idea de un Dios Todopoderoso, y los defectos a la idea del Diablo. Pero, ¿cómo encauza el niño esta energía?. ¿Cómo se forma la imagen de Dios?. Jung considera que el padre, singularmente considerado, no basta para explicar esa imagen, sino que es mucho más importante para ello el esquema inconsciente que la constituye. Detrás de los recuerdos sumergidos en los acontecimientos de la vida individual, hay un patrimonio de la especie que se manifiesta en imágenes arquetípicas. De esta manera, para Jung, se abre el camino para la concepción de Dios, no ya como sustituto del padre, sino por el contrario, es el padre físico el primer sustituto que el niño encuentra de Dios.

Como ya hemos visto, y basado en estas investigaciones, Jung concluye que el hombre posee una “función religiosa natural”, necesaria e inevitable expresión del dinamismo psíquico, cuya función es dar expresión consciente a los arquetipos.

Los arquetipos aparecen de manera particularmente apremiante en la religiosidad. Por lo tanto, la religiosidad es una actividad psíquica normal y hasta tiene un cometido equilibrador indispensable. La neurosis estaría  vinculada a  un debilitamiento o  a  una expresión unilateral o tergiversada de ella. Jung insiste  en que la salud psíquica y la estabilidad del ser humano dependen de la correcta expresión de la función religiosa natural  del  hombre,  y  establece  una  interesante  relación  entre  salud  psicológica  y verdadera religiosidad.

Debemos  entender  entonces  que  la  relación  que  durante  la  “invocación” establecemos con un ente es sincrética;  recordemos que fue Jung quien estableció la existencia de un “principio de sincronicidad”; es decir, la existencia de hechos simultáneos en esencia en puntos distintos del espacio-tiempo. Así , la telepatía se explicaría como dos hechos  psicol ógicos  idénticos  sin  relación  causal  directa  que  se  hacen  presentes simultáneamente en dos mentes. Y una premonición o precognición (percepción de un hecho futuro) sería el hecho práctico en sí que ocurre (ocurrir á) en un tiempo futuro, y su reflejo degradado ocupa el aquí temporal en nuestra mente.

En síntesis, el resultado de las invocaciones no hará descender al ente convocado, sino que producirá en nosotros las cualidades distintivas del mismo que, en este caso, serán los Arquetipos Protectores dormidos en el inconsciente colectivo de la Humanidad. Las descripciones que daremos a continuación deberán ser adecuadamente memorizadas para el ritual subsiguiente.

lunes, 23 de febrero de 2015

¿EXISTEN LOS “HECHIZOS”Y “MALEFICIOS”?



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Resulta tragicómico observar que colegas parapsicólogos de la más variopinta extracción, generalmente de posiciones encontradas en cuanto a su apreciación sobre aspectos si se quiere generales de estas disciplinas, parecen reaccionar comúnmente cuando, en cualquier conferencia o reunión de interesados, alguien del público hace la pregunta “maldita”: ¿Existe el “daño”?.

Y al hablar de daño, uno no puede dejar de pensar en los innumerables sinónimos con que se le conoce: hechizo, maleficio, brujería, “payé”, “gualicho”, trabajo, atadura, mal... Todos términos populares que podríamos reducir en el de “ataque psíquico”, definible como la posibilidad de que –consciente (ya sea a través de un“ritual” o técnica específica) o inconscientemente y movilizando energías psíquicas– se ocasione perturbaciones de cualquier índole (físicas, psíquicas, espirituales, emocionales, sociales, afectivas, económicas) a un individuo o grupo de individuos.
Ciertamente, en la actualidad puede parecer poco “serio” hablar de “agresiones psíquicas”. Empero, un simple –y terrible– razonamiento nos llevará a advertir que la cuestión no es tan sencilla de refutar y que puede fundamentarse científicamente.

Hoy en día, nadie niega en los ámbitos académicos vinculados a la Parapsicología la concreta existencia de dos específicos fenómenos paranormales: la telekinesia y la telepatía.

De la primera, recordemos que se define como “el movimiento de objetos inanimados por acción de la mente”. La telekinesia tiene, además, dos aspectos particulares: uno conocido como psicokinesis (en los diccionarios figura como “acción de la psiquis sobre sistemas físicos en evolución” y, para que esto sea más entendible, citemos como ejemplos de psicokinesis: alterar la disposición con que cae un grupo de dados sobre una mesa, o aquella situación que cualquiera puede experimentar en casa, de tomar dos plantas iguales y dedicar diez minutos diarios de atención y afecto a una, pero ignorar a la otra, observándose al cabo de un par de semanas que la primera se desarrollará algo así como un sesenta por ciento más que la “abandonada”), y otro como hiloclastia (rotura paranormal de objetos: un foco de luz que estalla acompañando el estallido de ira –o su represión– de un adolescente). Estadística y experimentalmente, todos estos fenómenos son parte del “hábeas”académico respetado hoy en día.

Ahora bien. Supongamos que una persona idónea en psicokinesis (voluntaria o involuntariamente, consciente o inconscientemente), así como provoca artificialmente una multiplicación en el crecimiento de una planta, puede provocar una multiplicación, anormal y descontrolada, en el tejido celular de un órgano específico, ¿no estaríamos en presencia de un carcinoma, una forma de cáncer, al que eufemísticamente podemos con toda corrección denominar como un “crecimiento anormal y descontrolado de células”?.
¿Y qué ocurriría si, contando con motivos para dirigir su odio, descargara esa energía “hiloclásticamente”sobre el cerebro de otra persona, provocando la rotura de una arteria?. ¿No moriría la misma por ese aneurisma?.

Y en el campo del “daño”sembrado voluntariamente, la repetición de un ritual (sea éste ocultista, una maldición gitana, o una oración pseudo-religiosa, en fin, cualquier intención mental cuantitativa y cualitativamente fuerte y sostenida), ¿no podría llevar a que una pulsión negativa sea “sembrada” en el área mental de otro individuo, impulsándolo a acciones erróneas?. Pongamos un ejemplo: si yo pienso repetida e intensamente en que “X se pelee con Z”, la emoción transferida (“odio a Z”) puede, telepáticamente, “ensuciar” los verdaderos sentimientos y pensamientos de “X” quien, al encontrarse con “Z”, y al sentir odio dentro de sí contra éste puede peligrosamente interpretar que ese odio es real, propio, justificado, y en consecuencia llevarlo al conflicto.

En resumen, si un individuo puede mover telekinéticamente un objeto, destruirlo o alterarlo en su naturaleza o comportamiento, también puede intervenir en el metabolismo de otro sujeto, alterándolo (perturbándolo así físicamente) o bien, por acción telepática, distorsionar su percepción de la realidad (endógena y exógena), desequilibrándolo en las demás áreas. Y convengamos en algo: reconocer la realidad de la telepatía, la telekinesis y sus variantes y empecinarse en no aplicar sus eventuales consecuencias sobre la vida humana como sustrato fenomenológico de los “hechizos”, responde más a personales prejuicios o anteojeras intelectuales que a una imposibilidad material.

Esas técnicas agresivas dependen más de la intensidad con que son ejecutadas (por ser las emociones no solamente el factor primitivo de la psiquis más poderoso sino también movilizadores naturales de poderosas fuerzas energéticas) que de lo ritualístico o litúrgico en sí: un “brujo” que clave agujas en serie en una cadena de mu ñecos tendrá, seguramente, menos éxito que aquél que, tal vez haciéndolo por primera vez, concentra toda su atención para no incurrir en errores y con ello, no sólo sus emociones, sino también su potenciallidad parapsicológica. Siguiendo esta corriente de pensamiento, hasta la simple, dominante y cotidiana “envidia”es una forma velada de ataque psíquico.

En consecuencia, todas las técnicas defensivas deberán acusar la misma correspondencia: no solamente repetir la técnica en sí (como enseñamos en nuestroscursos sobre “Autodefensa Psíquica”) sino poner en la misma toda la “fuerza interior” posible. Sintéticamente diremos que, siempre, la mejor defensa mental será lo que en Control Mental Oriental se denomina densificación del pensamiento. Y una buena dosis de sensatez: después de todo, no son brujas todas (o todos) los que dicen serlo.